Cada 10 de octubre, la OMS y la Federación Mundial de Salud Mental promueven el Día Mundial pare recordarnos la situación de millones de personas en el mundo que padecen algún tipo de trastorno psiquiátrico. Este año, la convocatoria viene marcada por la pandemia de COVID19, como casi todo lo que ocurre a nuestro alrededor.
Salud mental y COVID-19: situación actual
La pandemia ha afectado a 35 millones de personas, ha causado más de un millón de fallecimientos y permanece la amenaza de nuevos brotes. Las medidas de seguridad, higiene y distanciamiento social han provocado una crisis económica y social sin precedentes en magnitud y de rápida instauración; unido al clima social de incertidumbre y temor, acrecentado por unas respuestas de las autoridades sanitarias dubitativas e incluso contradictorias.
Estas circunstancias tienen un impacto notable en la salud mental. En España, según un estudio realizado a 3.460 sujetos, el 18,7% presentaba síntomas depresivos, el 21,6% ansiedad y 15,8% trastorno por estrés postraumático. Además de la afectación de la infección en quien la padece y en su entorno familiar y social, aparece el duelo por la pérdida de familiares, compañeros y amigos, sin olvidar que la crisis económica y el desempleo generan por sí mismos un aumento de los trastornos psiquiátricos.
La falta de preparación y coordinación y la escasez de medios para enfrentar la COVID-19, ha afectado a la atención psiquiátrica dentro del sistema sanitario. En muchos lugares, se ha producido una derivación de recursos de salud mental –camas de hospital, etc. – para atender la crisis sanitaria; incluso se han cerrado temporalmente dispositivos asistenciales (centros de día, centros de salud mental, etc.). Y las unidades de larga estancia o residenciales se han visto especialmente afectadas por la infección, habiendo modificado drásticamente su organización y funcionamiento, aquejadas de una falta de personal alarmante.
¿Qué podemos hacer? En política asistencial, la experiencia deja claro que el exceso de demanda va a dirigirse fundamentalmente hacia la atención primaria. En tiempo de calamidad se acentúa el estigma hacia la enfermedad mental y las personas tienden a rehuir recibir un diagnóstico y tratamiento relacionados con la salud mental. Las formas de reforzar la atención primaria pueden ser variadas, e incluso pueden coexistir varias, desde la incorporación de profesionales de salud mental, a la mejora de la comunicación, supervisión y derivación, o incluso la apuesta por la integración de los dos sistemas de atención a nivel ambulatorio. Es fundamental mejorar la atención a los colectivos más vulnerables (personas con enfermedades mentales graves y/o institucionalizadas), ya que hay evidencias de que son los grupos más afectados por la pandemia, especialmente los de edad más avanzada.
Regla de tres pasos para el afrontamiento
A nivel personal, propongo una simple regla de tres pasos. El primero consiste en cumplir lo mejor que podamos todas nuestras funciones y obligaciones, a todos los niveles: personal, laboral… ¡e incluso epidemiológico! Sin regatear esfuerzos. No nos preocupemos tanto de lo que deberían hacer otros. Al adoptar esta actitud, transmitiremos a nuestro alrededor confianza, certeza y serenidad, elementos imprescindibles en estos momentos. Tener cerca una persona que no pierde la calma y que se centra en hacer todo lo que puede es invaluable. La mejor forma de servir a la comunidad es hacer lo mejor posible lo que se supone que debemos hacer.
El segundo paso es levantar la vista de nuestros quehaceres y valorar lo que otros están haciendo cerca de nosotros. La solidaridad se ha convertido en un tema tópico y devaluado; no se trata de recurrir a grandes palabras, sino de ser conscientes de cómo están las personas cercanas a nosotros, interesarnos por su estado y ver si podemos ayudarlas, sin prestar tanta atención a nuestro estatus, al reparto habitual de tareas o incluso a la jerarquía. Podemos empezar por estar disponibles y emplear con más frecuencia las palabras “por favor” y “gracias”. Incluso podemos modificar nuestra forma de hacer las cosas para que a otro le resulten más fáciles. La crisis no recae de igual forma en todos. Hay personas extraordinariamente ocupadas y otras que quizás no sepan ni qué hacer. Podemos intentar apoyar a las personas sobre las que recae el mayor esfuerzo en estos momentos.
Y un tercer paso muy personal, pero, en mi opinión, es el que mayor impacto puede tener sobre la salud mental. La soledad se ha revelado como el gran factor de riesgo en las situaciones de crisis. En las peores semanas del estado de alarma, al suspenderse los contactos sociales habituales, a algunas personas no les echó en falta nadie, habiendo sido halladas muertas en su domicilio días después. El gran drama de los trastornos mentales es la distancia que ponen las personas que los padecen con el resto de la sociedad. La pandemia acentúa el aislamiento y ensancha el foso que separa a las personas con enfermedad mental de los demás. Y probablemente todos podemos hacer algo para remediar algún caso. Simplemente saber que alguien se interesa sinceramente por nosotros ya supone un gran alivio. Y este mensaje también va dirigido a las propias personas que padecen un trastorno psiquiátrico. La enfermedad mental es muy heterogénea. Tan solo una pequeña proporción de las personas que padecen algún trastorno están tan incapacitadas que no puedan interesarse de alguna manera por las personas que estén a su lado. Y por supuesto, como ocurre siempre, cuando ayudamos a los demás nos estamos ayudando sobre todo a nosotros mismos.